Destino
Dejó su ropa a una orilla, la sujeto con dos piedras nada preciosas
y así desnuda como el atardecer que la mira sin pudor, trepó al árbol. Al
principio la suavidad de su piel parecía contrarrestar con la rigidez de las
ramas, sus movimientos se hacían lentos, cada movimiento era calculado. Una lógica
matemática disminuía las posibilidades de herida, sufrimiento y dolor.
Como si uno pudiera escudarse de los cristales y las espinas,
de los espejos rotos. Cómo si no fueran actos que uno domina. Como si la arquitectura
del destino no fuera otra de esas religiones truncas que sirve para sentirse
feliz como un niño y libre como un pájaro. Como si no fuera como esas
vestimentas que poco cubren pero que dan cierta sensación de calo. Arquitectos,
ingenieros, albañiles del destino. Como si ese no fuera una ruleta rusa, un
dardo tirado por no sé que nadie que te dispara por la espalda, o de frente en
un ojo. No avisa, no da tregua, no da opción. Ella no construyó la cuna en la
que debería nacer, ni hizo con masas quien serían sus padres. Ella pudo optar
entre ponerse la ramera raya o a lunares, entre un libro o un Cd, entre cruzar
la calle o seguir caminando, pero no eligió tener esos pies. Quién es el nadie
dictador que ordena el caos, quién es tan cruel para darle a uno fortuna y a
otro limosnas, para que el viejo esté solo en su cumpleaños, sólo acompañado
por los perros menos hambrientos de sueños, rumiantes de las sobras. Quién es
el cruel que se la llevó tan chiquita a un cielo del cual descreo. O quién hizo
que el enano de la edad de cinco dedos se quedara calvo jugando con el suero
que lo sujeta en su cama. ¿Se construye, se hereda, se gana?
Destino, árbol, senderos de ramas atadas a una raíz, firme
pero oculta. Ella llegó a la cúspide arronjando hojas como lluvia, ella llegó a
lo alto adónde muy pocos se animan, ella no sabe construir ni deja que ese otro
haga su obra. Secó sus lágrimas, acarició su sonrisa y se tiró, ahí bien muerta
a orillas del árbol de la vida.