El hombre, se asomaba a un hueco rectángulo a orillas del
umbral que cerca al edén, una especie de muro de barro que lo triplicaba en
altura y lo envolvía como sudario en toda su amplitud. Contemplaba como
diversas figuras amorfas, contrastaban unas de otras y como con cada diez pestañeos
se unían a las demás. Una especie de musa rondaba y como alfarero con su arcilla, creaba figuras
esculturales.
Vio dos piedras unirse a otras y como imanes veloces iban
formando una especie de pirámide a la que llamo montaña. Eran cumbres borrascosas
que creaban un cordón que imitaba el infinito. Sintió un estupor, una ráfaga
gélida lo dejó estático por unos cuantos pestañeos, y se produjo lo que
tímidamente llamó creación. El frío congeló las caras de las majestuosas rocas,
y con la primera luz del sol, senderos de agua cristalina formaron mares y
océanos dejando su muro en medio de una isla.
No faltó mucho tiempo para que aparecieran criaturas
pequeñas, medianas; árboles, gusanos, noche, sol. Sentado entre sus piernas
bebió de su propio sudor que corría como torrente bendito, comió de manzanas
intrusas que se colaban por la ventana, brillantes, sabrosas, y se le dio por
reír. Reía de una forma que daba risa, un sonido de pájaro aturdido con león
afónico y tigre amanerado. Tomó nota de cada revoloteo, de cada acontecimiento,
sin embargo, cuando el último renglón pedía a gritos su firma, dudó. Dudó de si
tal majestuosidad fuera o no su obra, dudó de si las palabras que esas hojas
amarillas contenían eran las adecuadas. El excesivo cuidado de las no rimas le
hizo perder el orden del estilo, demasiado caos desde el principio. Dudó de si
lo había inventado o lo leyó. Por las dudas, firmó su libro con un seudónimo,
“Dios”.
Me contó que le dio hambre, un dolor en su cuerpo robusto lo
incomodaba (daba vueltas como trompo mientras hablaba agitado). Se vio acostado en su sillón antes de la
vigilia, llegó a imaginar su plan diario
de criatura extra en el mundo, de simple escenografía: trabajar, comer,
trabajar; en donde el tiempo es espeso y sediento. Sin embargo, cuando se dispuso a despertar
totalmente, vio que el aire era negro, que el suelo se unía con el techo, que
era manco, que era mudo.
-¡Basta, respira! No te alarmes, le dije. Te acostumbrarás
al resplandor de la realidad, Ayer
naciste y envejeciste, en este hoy infinito no hay tiempo ni memoria, el tiempo
desde ahora es un aire muerto.
- ¡vos sos…! ¿Esto es
el cielo o el infierno?
Me reí.