Sonetos cartesianos, prosas poéticas, cosas raras; bocetos sin forma, ni nombre, ni estilo, ni razón; salpicones de pintura, notas que no entran en partituras, dibujos sin formas, garabatos de palabras…

jueves, 2 de febrero de 2012


La ventana
Ese umbral cristalino, que separa el afuera de mi recinto, es un lienzo fresco que desdibuja las imágenes en cada pestañeo. Y es así como a veces, veo todo gris, como un tanguero sin acordeón ni piel de arena escurriéndose entre los dedos; o todo rojo como fuego satánico, en donde la manzana muerde la boca que la desea y la serpiente huye de la desnudez del cuerpo enroscado en su cintura.
Los barrotes se diluyen con mi mirada fija en sus bordes. Los cobardes meridianos de cenizas huyen colándose en los bolsillos del viento. Veo todo azul, un frío atónito recorre mis manos, congela mis huellas hasta negarme el tacto. Los cristales de zafiro son gorriones que chocan contra la ventana que no puedo abrir y temblando como como una fina hoja cierro mis ojos de un portazo. Se torna todo violeta, los racimos muestran su redondez como pecho erguido. Sus figuras llenas de la carne del vino, del licor exquisito de la embriaguez, de la exuberancia faraónica, del reino y su dios.
 Antes de extasiarme con el elixir de mis pupilas, dormirme en el pesado sueño de la abundancia y el corazón satisfecho, de repente, todo se cubre de negro. La oscuridad vuelve pesado el segundero de mis latidos, el aire se cae y se estanca como fiebre espesa en el suelo. Busco figuras, pero sólo veo luminiscencias, pequeños hilos de plata mezclados con rayos celestes. Bailan garabateando cronopios, fantasmagóricas hadas, caprichos alucinógenos de la sombra. Estrujo mis dedos sobre mis párpados y se vuelve amarillento, las hojas muestran sus arrugas, su adiós y su próspera bienvenida a la nada. La muerte no es negra, la muerte es entre noche y alba… y algo florece y el verde llena mi ventana, lo que era estáticamente acartonado se vuelve virgen belleza. Verde desde mi cielo hasta el suelo. Llueve, la pintura rueda como perlas sobre el cristal, como lágrima melancólica, transparente, limpia como lo efímero, una perfecta pulcritud tenue sin reflejos que muestra un paisaje tan real que da miedo. Entonces, pestañeando me miro, turbada por la ausencia del prisma de cristal,  recorro cada intersticio de mi cuerpo, y antes que desfallezca como llama de extinguida vela, vuelve el encanto, vuelve el ensueño. Contemplo mis alas de pétalos robados, mi ser sin su crisálida es un arco iris de terciopelo…abro mis alas puedo volar.

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