Sonetos cartesianos, prosas poéticas, cosas raras; bocetos sin forma, ni nombre, ni estilo, ni razón; salpicones de pintura, notas que no entran en partituras, dibujos sin formas, garabatos de palabras…

jueves, 2 de febrero de 2012


El filo de la eternidad

Tenía que morir.  Años vivimos juntas en un barrio de casa bajas y ruidos molestos: los bocinazos, los gritos del megáfono del achurero, del que cambia batería por huevos, de la doña retando a sus perros, de los  perros burlando a las doñas, de los niños jugando a gritar. Tanto ruido y yo tan sola me dije un día y le hice un lugar en casa.  (Nunca imaginé que eso fuera a pasar)
 Prendí un cigarrillo ignorando el cartel que me lo prohibía en la pared del cuartucho  con un olor nauseabundo a lavandina. Siempre necesito esa nicotina  entrando en mis pulmones y repartiéndose en mi cuerpo, ese humo ensortijado que dibuja en el aire. Ese perfume a algo que sofoque el olor a nada. ¿Sabe qué?. “Le temo a la nada, a no ver el aire, a no distinguir formas en la oscuridad, al silencio que no formula nada. Yo se lo decía a ella, se lo repetí inacabablemente oficial.” Pero ella me miraba  y cuando más la necesitaba se mandaba a cambiar. Apenas me regalaba unos pestañeos , me dejaba sola, con todas mis dudas existenciales y metódicas, con la mesa servida, con el mate empezado, con la película en pausa, con las velas encendidas. Ella hacía lo que quería, como si ese no fuera mi hogar, como si su presencia bastara para rendirle honores. Y sí de a poco nos empezamos a llevar mal. Ella me era sospechosa, así que comencé a investigar, a observar sus movimientos. Y si usted la hubiese visto, hubiese hecho lo mismo.  A veces parecía tan serena como un perro en reposo, la mirada tranquila, y esa complicidad en sus ojos que me hacía quererla (desde ese día no puedo decir amarla), pero otros, otros días… Sus pupilas se movían  con un frenesí que asustaba, observaba el techo, el suelo, las esquinas los dibujos del azulejo  dibujando rombos y cuadrados con su cabeza.  Sentía el latir de su corazón y su respiración agitada. Disimulaba, pero yo me daba cuenta oficial, de repente se paraba y se iba sola a donde yo no la viera, muy viva era, muy viva. Yo al principio disimulaba mi molestia, pero usted sabe que esas cosas al fin y al cabo se hacen notar.  Y bueno, sí, no me avergüenza decirlo, la empecé a espiar. La miraba comer, peinarse, moverse con una naturalidad que enamoraba, pero en otros momentos me miraba extraña, como no recociéndome, y me irritaba.
Una noche me hice la dormida, apagué la luz que dejo encendida del televisor, por que le dije que le temo a la oscuridad, no? Bueno, entonces la vi. Sentada en el piso, dibujando círculos en el aire,  abrazando fantasmas. (Que otra cosa puede ser). Esa mañana nos levantamos juntas, en pleno desayuno, le pregunté que veía. ¿Y sabe qué? Se hizo la tonta, no me dijo nada, muda estaba. Otro día la pesqué justo, estaba mirando la ventana como ida, cuando empezó a dibujar con sus ojos una línea recta hacia la puerta de nuestra habitación. Lo  que entró no era un rayo de sol, estaba nublado oficial, ella veía cosas que yo no. Leía mis propios libros, dormía en mi propia cama pero su sensibilidad la hacia especial a ella a mi no.
 ¿Y cómo miraba los espejos?  Se pasaba horas contemplando yo creía su imagen narcisista, pero la mayor parte del tiempo cerraba sus ojos y movía su cabeza como cuando uno escucha un disco de jazz.  Intente hacer lo mismo, pero sólo vi mis canas y mis arrugas con detenimiento. Y sí me dio bronca, envidia. Tomé mi anotador  busqué diez forma de quitarle la vida, perfectas formas que no dejarían rastros. Lo pensé oficial, lo planee. Esa noche tomé mi copa de vino, cerré las puertas, ventana, escondí las llaves y puse el televisor a todo volumen. Me dirigí a la cama y ya no estaba, fue cuando lo supe, el espejo se balanceaba como péndulo, ella había huido al mas allá. Rompí a pedazos ese cristal con mis manos desnudas, el del baño, el de la pared, el del hospital. La voy a encontrar.
Oficial, otra vez la inyección no, que se vaya ese duende de blanco. Traiga un espejo, no me pongan esa  ropa de locos. Acaso no entiende, no me quise matar, los gatos no huyen en las noches, se los lleva la eternidad. Voy a romper lo reflejos con mis manos  lo que me quede de viva, sabe, pero la voy encontrar.

Eternidad
Qué es la eternidad si no el bostezo de la espera, ese suspiro agrio y sediento de la antesala ante los escombros en la puerta de salida. Qué es la eternidad si no una lágrima, una gota minúscula que rueda como la bruma sobre olas; silenciosa y cautiva, solitaria, repetitiva. Qué es si no una sonrisa, una mueca descarada frente al cosquilleo de tus manos delicadas sobre las mías.
Qué es la eternidad si no el conteo infinito de constantes pestañeos que despeinan el polen a caballo del tiempo. Un comienzo, cuyo final iterativo es un prólogo de otro renglón en cero, sucesivo, inacabable, perfecto como la circunferencia de una alianza sin su dueño-
Qué es la eternidad si no una palma con su telaraña de destinos inacabados, cruzados como ríos, tejidos como enjambre de cristal. Un cuerpo deshabitado levitando en su inmortalidad desnudo de recuerdos, cerraduras y pasado. Huérfano, sin dueño que lo amarre de la cintura como horca abraza al cuello.
Qué es la eternidad si no dibujarte en el aire con mis dedos y verte mirarme y raptar tus lunares, bailar con tu lengua y reír con tu aliento.
Qué es la eternidad si no una realidad oculta tras la crisálida del umbral de lo- inverosímil. El infinito conteo de palabras contra el diccionario reveladas, el sonido de un gesto multiplicado por los ecos que duermen en los espejos. El parangón de la lucha por los anhelos, la esperanza de resucitar de un corazón muerto.
Qué es la eternidad si no un sueño, un sueño dormido palpable que en el presente, de un futuro enraizado en el mágico pasado ideal. Qué es la eternidad si no la mezcla del agua, el azúcar y la sal, el río, la arena y la lava, el cielo, el mar y la niebla, el arco iris, la oscuridad.

La ventana
Ese umbral cristalino, que separa el afuera de mi recinto, es un lienzo fresco que desdibuja las imágenes en cada pestañeo. Y es así como a veces, veo todo gris, como un tanguero sin acordeón ni piel de arena escurriéndose entre los dedos; o todo rojo como fuego satánico, en donde la manzana muerde la boca que la desea y la serpiente huye de la desnudez del cuerpo enroscado en su cintura.
Los barrotes se diluyen con mi mirada fija en sus bordes. Los cobardes meridianos de cenizas huyen colándose en los bolsillos del viento. Veo todo azul, un frío atónito recorre mis manos, congela mis huellas hasta negarme el tacto. Los cristales de zafiro son gorriones que chocan contra la ventana que no puedo abrir y temblando como como una fina hoja cierro mis ojos de un portazo. Se torna todo violeta, los racimos muestran su redondez como pecho erguido. Sus figuras llenas de la carne del vino, del licor exquisito de la embriaguez, de la exuberancia faraónica, del reino y su dios.
 Antes de extasiarme con el elixir de mis pupilas, dormirme en el pesado sueño de la abundancia y el corazón satisfecho, de repente, todo se cubre de negro. La oscuridad vuelve pesado el segundero de mis latidos, el aire se cae y se estanca como fiebre espesa en el suelo. Busco figuras, pero sólo veo luminiscencias, pequeños hilos de plata mezclados con rayos celestes. Bailan garabateando cronopios, fantasmagóricas hadas, caprichos alucinógenos de la sombra. Estrujo mis dedos sobre mis párpados y se vuelve amarillento, las hojas muestran sus arrugas, su adiós y su próspera bienvenida a la nada. La muerte no es negra, la muerte es entre noche y alba… y algo florece y el verde llena mi ventana, lo que era estáticamente acartonado se vuelve virgen belleza. Verde desde mi cielo hasta el suelo. Llueve, la pintura rueda como perlas sobre el cristal, como lágrima melancólica, transparente, limpia como lo efímero, una perfecta pulcritud tenue sin reflejos que muestra un paisaje tan real que da miedo. Entonces, pestañeando me miro, turbada por la ausencia del prisma de cristal,  recorro cada intersticio de mi cuerpo, y antes que desfallezca como llama de extinguida vela, vuelve el encanto, vuelve el ensueño. Contemplo mis alas de pétalos robados, mi ser sin su crisálida es un arco iris de terciopelo…abro mis alas puedo volar.