Las acciones de mis personajes
dominan mis comienzos: caminan, corren, vuelan, saltan, sueñan. Pero, ella ha
atormentado mi inicio, corrompe con todos mis principios. Ella es un cuchillo
clavado en el suelo, inmóvil como el silencio, callada como la quietud,
impotente como el ovillo sinfín. Ella no hace nada, su cuerpo es el de un
gélido cadáver, el misterio de un témpano estancado en pleno desierto. Sus pies
son como dos piedras de cemento, como árboles enraizados en la tierra, como
mordazas en el suelo que no pueden gritar. Esta “ella” desespera. Sus cabellos
han perdido sus ondulaciones naturales, son sábanas pintadas sobre una espalda
inanimada. Estatuita de cera, virgencita de metal. Veo, siento, ya no sé si
siento cuando la veo; hay una lágrima, una gota teñida de rímel contenida en sus amplias pestañas, que como
presa en la telaraña no sabe si vivir es caer, o es dar marcha atrás. Clavada
como perla trémula con el vértigo latente de la incertidumbre, sólo aguarda.
Cualquier mínimo pestañeo y ya algo, por lo menos, daría muestra al precipitarse
de existencia. Pero sigue inmóvil como sus ojos, fija como su mirada. No hace
nada, no se mueve. Me desesperás. Tus pechos están rígidos, rosas, pero
rígidos; tu pubis flameante, saciada, pero con un sutil velo de soledad. ¿Qué
te pasa mujer?... Y se rompe el silencio, un estridente eco envuelto en celofán
me retuerce el alma. “Se está vistiendo, se va”, me dice, sin pronunciar una
palabra. Un estruendo voraz hizo la puerta al cerrarse. Y antes de que pudiera
escribir la trama, un final, la gota rebalsó el suelo y un aire nos inmovilizó,
pero ahora a las dos en el mismo lugar.
Sonetos cartesianos, prosas poéticas, cosas raras; bocetos sin forma, ni nombre, ni estilo, ni razón; salpicones de pintura, notas que no entran en partituras, dibujos sin formas, garabatos de palabras…
viernes, 28 de octubre de 2011
jueves, 27 de octubre de 2011
La vida, como una adolescente rebelde, lanza las maletas al abismo del pasado; camina esplendorosa, roba los suspiros de las caricias náufragas en el mar del aire, y las enciende con el aura de las hogueras para que sus cenizas sean el polvo dorado que duerme en el pubis de las vírgenes flores. Respira del aliento melado de los coloridos recuerdos: del horizonte de mis ojos en tus pupilas, de las lágrimas que derramaron un mar de palabras, de la melodía de tus manos, el universo constelado de tu risa, y las cubre con manto aterciopelado para que duerman en una penumbra eterna.
La vida me mira, a veces injuriosa, otras, con ojos de amiga. Me marca el tiempo en cada pestañeo, con la mirada fija en mi frente. Me empuja con sus manitos de tul al mundo de lo posible, a la corteza cerebral, al límite claro de las certezas, a un seguro lugar; me promete calma y sabiduría, me ofrece ese aire de la paz. Me canta silencios. seductores al oído. Pero, vida…vida querida, a dónde me quieres llevar… a una botella sin eco, a una multitud en soledad, al paraíso escenográfico de los credos, a la justa línea de la moral, a la cordura sensata de los ciegos, a la cárcel vestida de libertad, a la maroma que sube y te estanca, a la balanza manca de la igualdad, a la certeza profiláctica de los muros, a la inocencia confundida con mediocridad. A las alas sin vuelo propio, al llanto por caridad, a la sonrisa como triste mueca, al conteo finito de segundos en navidad.
Déjame libre en mi locura, despeinada con el aire sigiloso de la contrariedad, déjame vagabunda en los senderos de mis miedos, segura en mi inseguridad; déjame que vuele liviana como una pluma al viento, tan alto que las nubes puedan mis pies besar; sí, déjame, aunque el riesgo sea caer como roca desprendida hasta el fondo sin red en la mar. Deja que mi sangre descalza corra a los gritos, que mi lengua calme su saciedad, que el mundo también sea un semicírculo, déjame besarlo al mirar hacia atrás. Déjame ser una catarata de fuego, un mar de barro, un laberinto esbelto, una estela de sal. Una gélida cornisa, una brisa sin brújula, un remanso sin sortija, un murmuro del cielo, un estruendo sigiloso del misterio, un pecado misericordioso, una flor, una hiedra, una ruleta de cristal…Déjame nadar en el agua voraz de mis utopías, soñar con amuletos profanos, patear retazos de poesía; déjame una y otra vez volver empezar. Déjame con mis caprichos azarosos e incorrectos, con las verdades subjetivas, con la existencia efímera, con mis huellas en su mar.
Maldita, quiero embriagarme del recuerdo de su sudor añejo, bailar con la sombra de sus pasos en mi altar, con la nota huérfana que oigo cada noche de su risa, con el anhelo del refugio eterno de su mirar. Ya sé que no me oye, que tal vez no lo hará, que la espera será eterna, que la soledad mi ciudad, que de lágrimas bañaré mis cabellos negros, de furia se vestirá mí ansiedad. El peligro es inminente, lo sé, caeré y el ya no estará. Ya sé que no aprendí a ser fuerte, que ni siquiera vos, mi cómplice y enemiga, ni vos das otra oportunidad…
¿Y si me escapo de mí? ¿Si, trepo los muros desnudos de mis huesos descalza y en puntitas de pie huyo?
Si, lo haré. Tomaré los retazos de sueños que hacen tierra en mi cuerpo y partiré sin equipaje. Beberé de mi sangre turbulenta gota a gota, la saborearé tal cual licor exquisito, y en el momento cumbre, antes de desfallecer, me pariré. Romperé la piel que me esconde, esa tersa crisálida transparente que me cubre. Veré la luz como una rayo estridente… volaré, volaré desnuda… seré un suspiro aniñado que vaga por las rutas del aire, suspendida, divagante, y te hallaré. Me acercaré tímida a tus labios húmedos, en tu boca viviré revoloteando como luciérnaga encendida en tu lengua hasta que pronuncies su nombre y vuelva a fallecer….
Yo también quiero mi altar,
mi escenografía misericordiosa,
la sortija dorada,
el nombre tatuado en tu anular.
El vestido blanco de tus sueños,
el paraíso con quien quieras despertar,
el cuerpo que descansa a tu derecha cada noche,
el que camina a la izquierda en todo lugar.
La mano que sujeta la tuya en un cine o en un bar,
la frente altanera que aplauden las estrellas,
la mesa servida, tu agua y tu pan.
El tedio rutinario, la ropa tendida,
el delantal.
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